Hace un mes me contactó Usúe Madinavetia. La conozco desde que era redactora de la revista El Publicista con lo que yo colaboraba asiduamente. Había sido mamá y se había tirado de cabeza a crear el proyecto Mujeres-Directivas.com. Su primer reto: crear un ebook explicando cómo ha sido nuestra experiencia con la conciliación. Os animo a descargaros este ebook #mamiconcilia aquí. Es fantástico, recoge muchos testimonios y muy diversos de mujeres en el ámbito de la comunicación y el marketing, siempre desde puestos directivos. Me siento muy orgullosa de que haya contado conmigo en este proyecto. En este post quiero compartir con todas vosotras lo que ha sido mi experiencia en temas de conciliación. Es el texto que aparece en el ebook en la pg. 57. Espero que os guste y me encantaría recibir vuestros comentarios.
En un momento de mi vida escribí mi Lead (Leadership Assesment and Development). Fue estudiando en Esade. Es un programa de desarrollo de liderazgo, basado en el modelo de inteligencia emocional de Daniel Goleman y Richard Boyatzis. Allí después de explorar mi visión de futuro, mis valores, lo que había sido mi carrera profesional y mi visión personal de la vida, trabajé a fondo para redactar las cosas que me gustarían hacer antes de morir. Suena muy fuerte pero es totalmente necesario. Definí lo que quería que fuera una jornada laboral en 2015. El ejercicio me pedía que me proyectara en el futuro, que desarrollara la imagen de cómo esperaba y soñaba que sería mi vida y mi trabajo en esa fecha. Por aquel entonces yo era una mujer muy estresada, sin hijos, todo el día con el portátil a cuestas. No era ambiciosa pero sí competitiva y muy orientada al logro. En mi Lead escribí frases como las que aquí transcribo: “En 2015 espero estar en mi casa grande y blanca, de techos altos y amplios ventanales, rodeada de luz, de mar y de mis hijos que estudian mientras yo acabo mi trabajo. Soy free lance y me dedico a asesorar a empresas y personas. Trabajo en los proyectos que me gustan tranquilamente desde mi casa. Hago lo que más me gusta: escribir. Me contratan para dar conferencias o asesorar a marcas y empresas en sus procesos de comunicación. Las personas siguen siendo lo más importante en mi vida. Me siento relajada y de buen humor. Mis hijos son también muy creativos”…
Entonces yo no sabía que iba a ser de mi vida, no tenía ni idea de si podría ser madre o no, no sabía que tendría un blog… Pero ya tenía claro qué me gustaba y qué no, para qué servía y para lo qué no. Mis jornadas eran maratonianas en la agencia. Tenía que asesorar a directores de comunicación de grandes y pequeñas empresas, traerles la última novedad, mi trabajo era pura innovación. Me hizo aprender mucho, no sólo de tendencias, sino de la vida, de las personas. Me enseñó a no tener miedo, a buscar soluciones, a confiar en mis capacidades. Me enseñó a ser asertiva y decir que no. Por el camino fui tirando las piedras de mi mochila. Fui arrojando aquellas creencias limitadoras que me habían ayudado a crecer, a llegar hasta donde estaba, pero que ahora me paralizaban. Mi maternidad fue el empuje definitivo.
¿Iba a perderme la infancia de mi hijo con lo que me había costado tenerlo? ¿Iba a marcharme de casa a las 8:00 h. para regresar a las 20:00 h. como pronto? Aquí tomé mi primera decisión: reduje mi jornada laboral. En la empresa me lo permitieron. La dirección era comprensiva, aunque con el tiempo observé cómo me apartaba. Sabía que mi tiempo era limitado y que no podía contar conmigo para según qué reuniones y proyectos. Aunque yo quería demostrar incansablemente que podía y que llegaba a todo y esto, creedme, era agotador. No culpo a la empresa. Seguramente soy de las pocas personas que empatiza, entiende y perdona. Tengo claro que somos las personas quienes decidimos nuestro camino y nadie está a merced de nuestras circunstancias. La reducción de sueldo acompañó a la horaria. Eso sí, debía estar localizada, con móvil y mail, las mismas horas aún sin cobrarlas. No obstante, era feliz observando a mi hijo. Aprendí a renunciar, aprendí a conformarme, aprendía a no llorar. Contemplaba la injusticia, pero no sentía impunidad más bien un desinterés creciente. Ahí empezó mi nueva vida. Como en la parábola de la rana ¿La conocéis? Si hubiera estado en una olla con agua hirviendo hubiera saltado inmediatamente, pero cuando realmente te quemas y puedes morir, literalmente hervida, es cuando el agua está caliente y tú dentro, tan a gusto, perdiendo el sentido de lo que quieres, acomodándote en algo que ya no es para ti.
En este proceso reflexivo estaba cuando conseguí quedarme embarazada de nuevo. Ahora de una preciosa niña. No explico las vicisitudes que viví pero me sirvieron para salir aún más reforzada y, sobre todo, para entender qué es lo verdaderamente importante en la vida. Mi trabajo de directiva se había convertido en un bodrio, un aburrimiento. No aprendía de nadie y me pasaba todo el día enseñando a los demás. Esto suena muy pedante pero si alguna vez os pasa haced como Leonardo da Vinci, huir. Buscar otro entorno más creativo, más innovador, no os acomodéis, no os queméis.
Mi amigos me decían: “Bueno, tú lo tienes fácil, sabes lo que quieres, tienes contactos, tienes ideas…” No me sirven esas justificaciones. Y no son verdad, nunca ha sido fácil. Siempre me he planteado mis decisiones y he dudado día sí y día también de que fueran las acertadas. No soy superwoman.
Todos tenemos que tener ganas de mejorar y aprender cada día. Hasta los que no se crean que son capaces de hacerlo. Tenemos que tener claro que una silla, un trabajo no es para siempre, que una empresa puede ir un día bien y un día mal, puede regarte como semilla, darte todas las condiciones para que crezcas profesionalmente en época de bonanza, pero el tamaño, la altura que alcances como árbol solo depende de ti mismo. Todo depende de nuestra constancia, de sembrar el trébol, de buscar la mejor tierra para abonarlo, de recoger un día los frutos de nuestra buena suerte y prosperidad, tanto en la vida como en los negocios.
En mi experiencia como directiva, profesional y madre que quería conciliar hubieron renuncias, por supuesto, decisiones complicadas, claro que sí, malabarismos, cómo no, pero no había paso atrás. La vida me lo pedía, el cuerpo me lo pedía, la conciencia me lo pedía. Y lo vi claro y con el corazón, porque lo esencial siempre es invisible a los ojos.
Muchas gracias por esta oportunidad Usúe.
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